Las desgracias nunca llegan solas. Estas son acompañadas de dolores horrendos y aberrantes traumas que confunden al desgraciado transportándolo hasta el punto más bajo y repugnante de la tristeza. Todo lo que alguna vez se llamo felicidad se hace despreciar con desquiciante orgullo. Las emociones van fundiéndose poco a poco. Desde las más viles hasta las más melosas. Todas conforman al espíritu más sádico del odio: el odio hacia uno mismo.
Sumiso en este repulsivo estado me encontré en un instante. Si era la noche, si era el día. Nunca lo supe. Los sentidos no respondían. Era como si algo superior a mi cerebro carnal ordenara a su antojo. Haciendo conmigo lo que quisiera. Mis ojos se congelaban siempre en un punto de las habitaciones que iba recorriendo. Mirando sin ver nada. Sentía la presencia humana a mí alrededor. Pero a su vez me sentía solo. Escuche gritos, intuí la desesperación. Pero no podía comprender. Mi cuerpo ya no me obedecía o lo que es peor. No me pertenecía.
Una a una recorrí todas las habitaciones de la casa buscando algo. No se lo que buscaba. Hasta que cero que lo encontré.
Es imposible describir las torturas que recibí en esa ultima habitación que visite y en la cual me encerré. Como ya dije mi cuerpo, ni mis sentidos respondían. A pesar de que estaban activos. Quiero decir que no estaba inmóvil. Todo lo contrario. Me desplazaba con extraña rapidez. No comprendía nada de lo que hacia ni porque. Solo recordaba el dolor que por dentro sentía hacia unos instantes, del cual solo permanecía un ferviente e inmaculado sentimiento de odio.
Pero ahora ya nada de eso importaba. Estaba siendo violentamente sometido a una extraña fuerza que no puedo describir. Ahora en mi mente solo quedan vagas imágenes del desastre ocurrido en ese instante. Lo último que puedo recordar es esa habitación en la que me había encerrado. Se que estaba maquinando algo en lo alto de la sala Mortuoria. Recuerdo estar parado en un lavamanos. Mi cuello lo en lazaba algo frío y delgado. Así como un hilo pero más grueso y sólido. Mi última imagen es la del lavamanos que era pateado con violencia hasta que los sonidos me confirmaban su estallido al caer al piso. Luego no vi. Más nada. Tenia nauseas y una asquerosa presión en el cuello. Me agitaba en la desesperación de no estar sujeto a nada. Mis pies flotaban y mi garganta parecía que de un momento a otro iba a ser arrancada por cierta fuerza que desconozco. Seguían las nauseas y la presión sumado de una especie de mareo por así decirlo. La cabeza me ardía en calor. Mis ojos estaban nublados por las lagrimas por lo que decidí cerrarlos. Luego… no recuerdo mas nada, aunque lo imagino…
Desperté en otro instante. Abrí los ojos. Solo vi. un pálido cielo de material. Me sonreí al no sentirme mas esclavo, pues abrí los ojos por mi voluntad. Dirigí la mirada a un lado y otro. Solo distinguía ese pálido material multiplicado por cinco. Sabía que no podía moverme. Aunque igual intente levantarme. No pude. Solo logre alzar un poco la cabeza hasta verla reflejada en el espejo de un botiquín en frente mío. No me causo espanto verla en ese estado purulento color violeta casi negro. Ni tampoco cuando se acercó una mujer de guardapolvos blanco y me dijo:
_ Por favor, descanse señor.
Me sonreí nuevamente. Cerré los ojos y susurre tan bajo que ni yo mismo me escuche:
_I know why Jesús wept…
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